miércoles, 11 de octubre de 2017

Los bandos





He de confesar que siempre envidié a aquellos que lo tienen todo claro; su brutal clarividencia, su firme  determinación . Tal ajena virtud provoca en mí una inquietante desazón; un estado de desconcierto que me hace titubear ante algunos acontecimientos. Envidió como un perro a los comunistas, a los gurús de las redes sociales, a los anarquistas inconsecuentes, a los curas enrollados, a los góticos que sobrepasan los cuarenta años y bailan en la soledad de sus aposentos, a los rabinos ultraortodoxos (sobre todo el valor que atesoran para llevar esas patillas en forma de tirabuzón), también al hincha que perdió un ojo en una pelea (y ahora luce orgulloso un parche con los colores de su equipo), a los veganos, a los carnívoros jactanciosos que se mofan de los anteriores, a los que defienden a muerte la homeopatía, a los talibanes de la ciencia y a los cienciólogos de pómulos operados, a los que durante un tiempo usaron la pulsera Power Balance, a los que hacen yoga y pilates avanzado, a los que aseguran con firmeza que su perro les habla mal de su jefe, a los que entierran convencidos placentas en noches de luna llena, a los que piensan que su cerdo vietnamita es la reencarnación de Jesucristo e incluso a mi mismo, cuando en la ebriedad también lo tengo claro. A ninguno comparo pero a todos envidio. Envidio su decisión, su solidez. Es más, cuando sus postulados plantean, escucho, mientras pienso: ¡Válgame dios¡ ¡Si es que llevan razón¡ Incluso he llegado a conocer un par de casos (estos son los seres por mi más envidiados), de quienes ya han transitado por la mayoría de los ejemplos antes citados, sin guardar ningún tipo de ira o rencor hacia sus anteriores alter-egos.

Esta pelusa, recuerdo, comenzó a fraguarse en aquel primer recreo de preescolar. Cuando los niños, un instante antes revueltos, ante el toque del silbato, se fueron a colocar en cuatro filas perfectamente alineadas. Yo, tratando de no llamar demasiado la atención, me acerqué a la fila tres. Allí, tieso como un garrote, estaba mi amigo Boris, al que acababa de conocer en el patio. Susurraba algo ininteligible para mí, pues apenas abría la boca y mantenía el mentón alto y los ojos clavados sobre la nuca del infante que le precedía -¿De que señorita eres?¿De que señorita eres?- mascullaba él, mi nuevo y primer amigo, tratando simultáneamente de ayudar y disimular de la mejor forma posible. Dios ¿A que se refería?¿De que demonios hablaba Boris? (sus padres eran progres y le concibieron mientras veían una película de Boris Karloff). Estaba completamente perdido en aquella inédita situación. La única señorita que yo entonces tenía el gusto de conocer era mi madre. Mientras una turbina de pensamientos agitaba mi infantil mollera, una sombra vino a interponerse entre mi escaso metro de altura y aquel todavía amable sol de septiembre.- A ver ¿De que señorita eres tú? -me espetó pacientemente una dulce y joven maestra- De mi madre- acerté a decir, justo antes de que otra mano apareciese por detrás de mi oreja y elevase mi pequeño cuerpo unos centímetros sobre el suelo,-¡Es mío¡- gritó la señorita Laura, mientras me arrastraba hacia su fila y me soltaba un sopapo. Allí me quede plantado, en el silencio de aquel patio, un tanto avergonzado y con ganas hacer pis. Al menos ya sabía de que señorita era.

A raíz de los hechos acaecidos durante las últimos días en Cataluña (y por extensión en el resto de España), me he vuelto a replantear cual es mi ubicación en el patio. Y de nuevo, he buscado a mi amigo Boris entre las filas. No ha habido éxito. En un conflicto donde las medianías parecen cosa de cobardes, el discurso de la izquierda española se antoja ambiguo e irrelevante para las masas. Por otro lado, se nos ofrece la lógica aplastante de la eterna dualidad. El yo más, el blanco o negro. Allí no hay sitio para el error. Sí, amigos, existe un placentero lugar donde posicionarse. Un Shangri-La sin recovecos.

Esta reconfortante dualidad, sin embargo, posee muchos más puntos en común de lo que sus propios entusiastas sospechan. En este caso, conocer al enemigo es como mirarse al espejo. Salta a la vista que ambos ''bandos'' han demostrado encontrarse bajo el auspicio de políticos egocéntricos e irresponsables. En lo puramente estético, el conflicto se nos muestra también horripilante; ese abuso de banderas, que curiosamente utilizan los mismos colores y a veces cuesta diferenciar. Pero sin lugar a dudas, quienes disparan por las nubes los niveles de miedo y asco en todo este asunto son todos esos ventajistas e ignorantes; que en la orilla se muestran agazapados tras las ramas, esperando que se abra la veda para pescar con dinamita en el río. Esos patriotas mononeuronales (pónganles ustedes bando, a mí me da lo mismo) que están disfrutando a tope de la partida. Cuidado con ellos. Es su momento. Son muchos y gilipollas. La fractura ya es un hecho y el daño se muestra irreversible. Luego vendrán las quejas y los yo-ya- lo- dije, allí también habrá que correr a coger silla, no nos vayamos a quedar solos y en pie en medio de tal sinsentido.

Poco más que aportar desde este burladero, que mucho más y más mejor (que diría el payaso triste y legislador) no se haya aportado ya. Simplemente, aprovechar la coyuntura para lanzar un llamamiento en la búsqueda de aquel mi primer amigo Boris. Su nombre no es muy común y hace más de treinta años que no nos vemos. Hoy, en el desolador páramo de esta pangea comunicativa, puede que tengamos la fortuna de encontrarnos. ¿Acaso él supiera susurrarme algo sobre todo este asunto?¿Acaso ofrecerme un asidero al que agarrarme? No soy optimista, pero quizás pudiera chivarme algo. Así todo resultaría mucho más fácil. Eso sí, espero que lo haga pronto, porque parece que está vez la señorita Laura (ella siempre supo de que lado estaba) nos va a soltar una buena mano de hostias a todos.



Duelo a garrotazos- Francisco de Goya