Basta que la Tierra se componga
-según dicen- en su mayor parte de agua, para que el ángel fuera a caer justo
en el corazón de aquel vertedero. Aunque pudo ser peor, pues en cierta forma,
la basura amortiguó el tremendo batacazo. Después de permanecer un rato
aturdido sobre la montaña de desechos, el ángel se reincorpora, observa a su
alrededor, y de un ágil movimiento dorsal sacude sus alas, las cuales
desprenden todo tipo de porquería. De pronto oye unas lejanas risotadas.
Primero mira al cielo para asegurarse, pero estas provienen del mismísimo
vertedero. Un grupo hombres se acerca. Entonces el ángel, instintivamente,
arranca la tapa de un bidón de aceite, que encuentra a su lado, y comienza a
cortar su ala izquierda. Sorprendentemente, ésta apenas le ofrece resistencia.
Las voces de los hombres cada vez son más cercanas. Así que justo cuando acaba
de amputarse el ala derecha, ellos han llegado ya a su altura. El ángel oculta
con disimulo (lo hace con ambos pies) sus alas ensangrentadas bajo la mugrienta
superficie, profiere una humana carcajada y prosigue junto a ellos su camino.
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