viernes, 1 de julio de 2016

pensamiento estrábico (I)


Pensamiento estrábico (I)




Podéis llamarme idiota (no aprovechéis), pero hubo un tiempo en mi pubertad en el que llegué a confundir a Borges con Cortazar y viceversa. En algunas ocasiones eran uno; un gran animal bicéfalo con acento seseante. En otras, dos entes superpuestos. Como sea, ambos formaban una dualidad tan lejana como tediosa. Una misma masa erudita y uniforme de la cual resonaba, como vieja bocina de barco, cierto eco transatlántico. Que nadie se preocupe demasiado, no me fustigo por ello. Mucha gente en este país ni siquiera sabe hoy quienes fueron y sobreviven tan apaciblemente. Así que el hecho de haberlos confundido entonces, no me quita para nada el sueño. Curiosamente sí que ponía cara a Benedetti, quizás porque en los noventa se le dio mucha bola por acá (que hubiera dicho él). Uno en su tierna juventud, si había de mojarse, prefería darse un baño sucio antes que mágico, si de realismos la piscina estaba llena. Además eran argentinos, y aunque el tiempo solo a medias me ha quitado la razón, afrontarlos se me hacía cuesta arriba. Llamadlo garrulismo, colonialismo cultural o ignorancia (perdonen las redundancias), pero lo cierto es que en el instituto pasábamos ampliamente de aquellos autores. Posteriormente, con los ánimos ligeramente más calmados, me acerqué a ellos cautelosamente, sin quemarme. 

Pero a lo que íbamos. Hoy sin buscarla, como una gripe traicionera, cuando ya ni me acordaba de que hubo un tiempo en que yo los confundía, he obtenido respuesta a aquel absurdo desbarajuste. Ha venido a mí en forma de solapa de libro. Esa solapa casi siempre alevosa que muestra el rostro del autor, muchas veces sin fortuna. Ambos tenían un ojo para allá (quizás mirasen para acá con él), me he dicho. Era eso. Y en cierta forma me he sentido reconfortado. Como si por fin cerrase una puerta por la que entraba una incómoda corriente de aire. Casi triunfante he corrido a comprobarlo. Observando, como así es, que Borges podía vigilar la toalla a la vez que se bañaba. Bien es cierto que Borges se quedó ciego, por lo que tenía bula para torcer la mirada tanto como le viniese en gana. Aunque leí en algún sitio que una vez Guillermo Cabrera Infante, no fiándose de la ceguera del viejo porteño, le abandonó en medio del tráfico y este salió ileso por su propio pie ¿Fortuna o vista? Bromitas de escritores. Pero, oh Cortazar, para mi desgracia aun no he sabido determinar el grado de estrabismo del argentino. Ni siquiera podría hoy jurar que padeciese tal virojera. Puede que sea mi memoria la que bizquea . Quizás Julio solo tenía los ojos separados. Unos grandes ojos de pájaro que desde la pantalla ahora me observan, rencorosos y perfectamente simétricos, mientras sostiene un cigarrillo en la boca. Esperando impaciente a que tome una decisión al respecto, y así poder encendérselo de una maldita vez .




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