viernes, 6 de mayo de 2016

La chica del MOC





 La chica del MOC



Calculo que debía de sacarnos un par de años, y por entonces dos años eran casi un abismo. Todos estábamos enamorados de ella. Y digo todos. Incluso los que ya tenían novia y no podían admitirlo. Tal enamoramiento tenía bastante de platónico, aunque hubiésemos dado una oreja porque hubiese tenido algo de carnal. Pero eran tan remotas las posibilidades que andar detrás de Esmeralda era algo que venía prácticamente incluido en el carnet de afiliación.
Su novio, Ramsés, era un mártir de la causa. Cumplía una condena de trece meses por insumisión al ejercito español, lo cual le convertía en un semidiós en los círculos antimilitaristas. Yo estaba loco por que me llamasen a filas y poder llegar a convertirme en el nuevo Ramsés, pero aun debía de esperar al menos un año y medio para que tal cosa ocurriera. Pasaba esta penitencia acudiendo a manifestaciones y sentadas pacíficas. Manifestaciones en las que apenas lográbamos cortar el tráfico en un solo sentido. Esmeralda portaba el altavoz y organizaba los cánticos y las coreografías que representábamos sobre el asfalto. Aun recuerdo la mayoría de los eslóganes, pero no pienso reproducirlos aquí. No creo que sirvieran más que para sonrojarme. Cuando la marcha llegaba a la puerta de la prisión nos quedábamos en silencio y entonces alguien leía un corto comunicado. Finalizada la lectura nos dejábamos los pulmones, siempre con la esperanza de que Ramsés nos oyera y se reafirmara en su lucha. 

Aunque para ser sinceros, a mi el muchacho ya empezaba a caerme gordo y eso que apenas había tenido tiempo de conocerle afuera. Todo el día en boca de todos y sobre todo de todas. Con esa larga melena de rizos rubios, a mi modo de ver, demasiado cuidada para un revolucionario. Aparte se había empezado a rumorear que el insumiso se entendía allí adentro con una funcionaria de prisiones. En un principio creímos que se trataba de algún tipo de falsa propaganda del estado opresor. Pero resultó ser cierto. Como atestiguaron unas fotos que otro funcionario, posiblemente despechado, filtró a la prensa. Pobre Esmeralda, después de aquello apenas nos atrevíamos a mirarla a la cara. 
 
Al poco llegó la amnistía para los presos de conciencia, y unos meses después el fin del servicio militar obligatorio. He de admitir que celebramos la noticia de forma agridulce. Teníamos la sensación de que las cosas habían caído por su propio peso y de que nuestra lucha no había sido determinante para el desenlace. Aun conservo el carnet del MOC . Un carnet rojo plastificado, desde donde me asomo con insultante juventud. 
 
¿Y que fue de Esmeralda? Os preguntareis. Tras el revuelo generado con el asunto de Ramsés y la funcionaria, se marchó una temporada a Londres para aclarar sus ideas. Coincidió con la época de las raves y las pastillas (periodo que se estiró sobre manera). Vivía en una enorme casa victoriana, de okupa en Brixton, rodeada de costras italianos. Allí hizo buenos negocios trapicheando con algo de éxtasis y ketamina, a la vez que cobraba los benefits por ser estudiante. Siempre fue una chica con recursos. Después volvió por un tiempo a España y se dedicó a la importación de todo tipo de parafernalia de la India. Desde allí llegaba la mercancía en grandes containers que, uno a uno, ella misma revisaba. Viajaba mucho. Lo último que supe de ella es que se había casado con un empresario holandés, bastante mayor que ella, de larga melena rubia y ondulada. Ahí es donde ya perdí su pista.
  




2 comentarios:

  1. Se rumorea que el empresario holandés se dedica al tráfico de armas. Gracias por el relato Raúl Real

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